C U E N T O
Nota: Este cuento obtuvo el segundo lugar en el primer concurso Regional de Cuentos de SIDA (el primer lugar lo ganó Sebastian Furios, amigo)
TRES PASOS Y UN PERDON
El hospital, la iglesia, el cementerio. Tres pasos dolorosos que debió enfrentar Eduardo. ¡Don Eduardo!. Tres pasos que no pudo evitar. ¿Y el perdón?. ¿Estaba en él, perdonar?. Perdonar.
Demasiado rápido, un calvario, un golpe bajo a su vida colmada de orgullo y perfección. Y ahora, trémulo con un vaso de vino en la temblorosa mano, mirando desde la ventana recibe la salada brisa marina tan salada como las lágrimas que no puede contener. Se ha retenido tanto, y no puede evitar culparse. No puede dejar ese cárdeno horror. El peso es demasiado y por primera vez en su “correcta” existencia, está ¡Sobrepasado!. La mujer amada, compañera de vida ¡Está muerta!. Muerta.
El tiempo avanza sin medidas, ya no importan relojes, ni calendarios, sólo lucha. Luchar contra recuerdos y culpas. Toda ella hecha una pálida súplica. ¿Por qué y cómo?. Entonces quiere llorar. Eduardo quiere llorar a gritos, gritar ¡!Sandra, Sandra!!...patear los muebles, darse de cabezazos, romper sus ropas a tirones. Quizá con esto pudiese restar al dolor. Dar un respiro a la catacumba en que se ha convertido su pecho. Pero no, retiene. Se formó con nota siete para controlar ira y demostraciones –aunque algunas lágrimas de cielo quebrado caprichosas caen entre sollozos- igual lucha. Teme perder los contornos y entrar en una locura imprecisa sin fondo. Fondo.
Llena el vaso de vino por enésima vez. La ventana se está volviendo una estatua sin luz. Es la hora en que se agazapa el sol entre tibios tonos y lo deja aún más solo. Acongojadamente desnudo ante la realidad, su realidad: Marchita bajo tierra yace el amor. Fresca sonrisa silenciada en seco, trocada en suaves palabras pidiendo perdón. Comprensión del compañero, del amigo, del amado. Amado.
No, ¡No! Hombre "correcto" no permite errores. Cuántas veces ella rogó, imploró. “No puedo llevarme esa mirada vacía, dame tu perdón...”-había dicho llorando Sandra. Cuántas veces, frente a esa misma ventana quiso abrasarla como a una niña indefensa, enjugar sus mejillas a puros besos. Borrar a puras caricias el error, de no ser perfecta. De ser, simplemente, hombre o mujer forrados en piel, portadores de roja vida. Roja como boca que saborea la existencia, el arrebol que enciende vientres. Roja como la revolución que corre desde siempre por las venas. Y por la historia. Pero no, él logró mantenerse firme. Firme.
Entender, hubiese querido Eduardo: Somos débiles. Acaso él no lo había sido más de una vez. Acaso él no se había dejado llevar cuando a la hora precisa y en el lugar preciso apareció el demonio de la carne. Pero, a él no se le fueron las precauciones. Sólo ahí estaba la diferencia ¡Precauciones!.
“Es tan lejos pedir y tan cerca saber que no hay...” dijo la poeta.
Tan lejos pedir perfección y tan cerca saber que nadie está libre. Aunque quizá el mal llamado pecado nace de entregarnos sin discriminar al recorrer la vida –el camino no es parejo- Sin darnos cuenta de nuestras potencialidades, de nuestros dones, de nuestra diversida de características que vienen impresas en las huellas nuestras que, siendo únicas, tapizan piel y labios.
"EDUARDO...PERDONAME...NO ME DEJES MORIR ASI”. Vuelven las imágenes y la voz debilitada de esa mujer que tanto lo acompañó, que tanto le dio. Y sufre porque lo sabe. Sabe que ella no planificó, sencillamente sacó la mala tajada de un cuento. Entonces vuelven los ojos y manos secas de la hembra suplicando ante un ser que por mucho que quiera, ya no puede cambiar la historia. Se mantuvo hasta el fin inmutable. Inmutable.
Días llenos de solitaria agonía. Sandra se estaba muriendo y suplicaba. Su mano buscando la suya en el ultimo segundo que la ataba a este mundo ¡Y no la tomó!. No podía, el maldito orgullo paralizaba sus dedos. Y ahora esa sensación de culpa lo lleva a repasar una y otra vez la partida. Y la llegada; cómo entró ella a su vida llenándolo todo de luz, de sentido. ¡Más crédito para el dolor!. Cómo pudo dejarla ir sin una caricia ¡Sin mostrar un signo de humanidad!!. Un último regalo a quien tanto dio. Sabiendo que él –como nadie- no estaba en condiciones de lanzar la primera piedra. Piedra..
Que por culpa del trabajo, de los viajes. Que la noche, que la soledad, que el vino...Dijo ella. Pero todo posesionaba más, en la cabeza de Eduardo, la palabra TRAICION. Eduardo, que la sigue viendo angelicalmente pálida apagándose en el lecho, convertida en un solo verso de perdón. Pero no, nada lo conmovió. Conmovió.
Y ahora parado en la ventana llorando su nombre. Ahora que quiere gritarle que sí, que la perdona, que amar es olvidar. Y que nadie es perfecto. Quisiera decirle que comienza a entender que llevamos el pecado, que sencillamente no es pecado. Que es, en fin...somos humanos. Herederos de la carne. Ahora que de nada sirven las tardías conjeturas, quiere gritar su nombre y la ve, la sigue viendo. Su mano estirada, su último aliento, casi no la escucha pero en sus labios lee. Ella se va pidiendo perdón. Parece una cruel mentira, una película rápida, una pesadilla. ¡Sandra muerta, muerta, m u e r t a!. Aún después de los tres pasos dolorosos que Eduardo debió enfrentar: Hospital, iglesia y cementerio, aún después de verla perpetuamente dormida, le parece que no es cierto. ¡Que no puede ser cierto!. ¿Y ese cuarto paso que no dio?. ¡Cómo lo hace llorar!. Llorar.
¡Ya es tarde para todo! ¡Ella se fue sin nada!. ¡Nada!. Eduardo ha perdido, está llorando fuerte. Se ha abierto la catacumba del pecho y sus lágrimas brotan a borbotones. Sus manos le arrancan pelos y rasguñan su propio cuerpo. Sus piernas patean y acaban con lo que encuentran. Su ser descontrolado le indica que ésto no es una pesadilla. Que Sandra se fue suplicando, rodeada de la más cruel soledad y sin un adiós. Entonces, muy enojado con si mismo, con la vida y con todo, Eduardo, por primera vez en su encuadrada existencia, rompe con los bordes precisos de su compostura y se permite un ataque de humanidad. Enloquece pateando, botando, empujando y rompiéndolo todo. Mientras sus gritos desgarradores piden perdón: ¡!PERDON SANDRA,
PERDON
PERDONAME TU A MI... TU A MI!!
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