Fragmento de cuento:
E L S O F Á
Atada al sofá quedó la magia. Felicidad infinita con sabor a cielo y piel, todo, juventud y vagina. Una pieza de ajedrez, donde una movida significa defunción...pero yo, ni las anteriores, lo sabíamos... Nicolás era perfecto, o quizá la pasión me regalaba distorsionadas imágenes. Sus brazos fuertes y lanudos concluían en tremendas manos que implicaban con magnos dedos mi cuello, hombros, pechos, muslos y piernas, derrochando mi voluntad. Era ahí, muriendo de pasión, cuando olvidaba mi nombre, diferencias e... imprevisión.
...De pronto, la magia parecía borrarse con la lluvia, esa misma que hacía unos meses nos había regalado el más dulce acomodo. Por las noches los sueños me hablaban diciendo que no iba, que el fin acechaba carroñero sobre nuestros días. Es difícil aceptarlo -te tira un camino en bajada- cuando lo único seguro del romance –y lo sabes- es la sentencia de nada…. Pero el diluvio se prolonga en lluvias desdibujando los contornos…Lo vi tras una persiana semi cerrada, dividido horizontal, mirándome con apasionada tristeza...tanta pena había en sus ojos que la ventana comenzó a nublarse y olvidé su rostro.
–sencillamente las pocas afinidades se trataban de fuego y tierra, del hipotético zodiaco digo: Me parecía un machista afectado y tacaño; amén de mis ideas fijas -arraigadas en los orgullos de valentía… helenos-, pero ahí estábamos, como otras veces, conversando de los cómo y porqués de no se qué; que se volvían interesantes sólo después de la tercera copa, igual que su mano atrevida cubriendo la mía...
... El se devolvió al bar a conseguir un paraguas, entonces, en medio de la calle, me tomó por sorpresa. Apareció por detrás agarrando mis hombros que reconocieron sus manos contagiando estremecidas. Volteé lentamente, nublada, temblorosa, mirando su cara y descubrí, recién entonces, la soberbia sombra de su calida mirada presuntuosa de vida y coquetería, mientras abrazándome susurraba repetidas veces: “felicidades”. Luego, sin soltarme, comenzó a agacharse lentamente hasta llegar a mis piernas. Un cosquilleo exquisito subió por mis nalgas, algo como tibio y dulce que estremeció mis caderas… mi inconciente conjugo el antónimo de soltar. El sonreía aun tiempo que comenzó a levantarme...sentí emocionada como una niña arriesgada y sin miedos. Luego procedió a bajarme quedamente en un viaje flexible y exquisito del que nunca quise desembarcar. Sentía frotar toda su musculatura pegada a mi cuerpo, a mi pecho, a mi pelvis. Cuando mi monte de Venus avanzó por su miembro que se me antojo a montaña de acero, mi encendido arrojo no pudo reprimir un quejido avergonzado. El, con voz muy pero muy inolvidablemente grave, respondió: “niña...mi niña”; y lo sentí tan hombre, tan grande, tan espartanamente sobreestimado. Parecía como si toda la protección del mundo se volvía exclusividad de sus brazos y lo fantaseé eterno...
... le indiscretamente confesé que era mi día: ¡Es mi día –dije-, el más feliz! (Y no he dejado de agradecerlo). Sentía tan, pero tan profundo y pensé que iba a llorar porque se me quebró la voz mientras la lluvia nos mojaba. Abstraída miré su pelo negro como noche de campo y sus ojos negros como uvas dulces y sus gruesos labios de sonrisa eterna también negros por el frío -insaciablemente oscuros- “...me habían dicho que los ángeles eran blancos y tenían alas, pero el mío resultaba ser moreno, tomaba ron y fumaba puros” (recordé a una poeta amiga). Toda su magia apegaba mi cuerpo al suyo porque en ese momento parecíamos calzar idílicamente. Creí que era demasiado, pensé en la fácil locura y no me importó resfrío, ni horario, ni nada. Sólo le oía decir amor, mi amor y sonreía con la sonrisa más mojada y sincera de siempre jamás, porque han pasado los años y no he querido otras. No, después de él no hay nada; sólo carne y nombres, y recordé al francés, ese Luís que aseguraba: “el diluvio después de mi”...
Y sucedieron, precisamente, otras aguas. Una lluvia de fin de mundo, que comenzaba con el sofá desencadenando el llanto. Ese bendito sofá en que hicimos el amor por primera vez, empapados y con mi censura a cero ya no pude negarme...Mi cuerpo había emprendido un viaje sin despego, él me había cargado en sus brazos hasta el cielo que florecía con lluvias y luego me había traído a la tierra piloteando mi cuerpo hasta juntar nuestros géneros... ¡No!, hay imposibles que, en algunos momentos, son imposibles. Y nos fuimos a su casa.
... grabé desde la puerta. Abrir y ver el sillón a la pasada fue: una sola pose. Creo que nos anduvimos cayendo encima, entonces Nicolás sacó mi chaqueta y blusa, todo junto a tirones y yo no hacía más que besarlo, sin soltar, aferrando dedos y uñas a sus hombros. Luego levantó mis faldas para desgarrar medias y todo –bestial- quise quejarme, mas, en breves minutos la lluvia se había instalado entre piernas y brazos, entre todas las concavidades de nuestros cuerpos. Todo mi ser mojado no sabía más que apegarse y apegarse casi hasta el dolor, bajo él, sobre él, junto a él, contra él y con él. Pensé que mi boca iba a sangrar por exceso de besos y toqué mi pecho con una mano para gozar el nuevo ritmo de corazón trastornado, mientras con la otra me aferraba a su enmarañado brazo trogloditamente incansable, deleitándome de mi propia suavidad contra su diferencia. Algo dije, algo como voy a morir...
¡Cuando el blanco aroma exploto, códigos de ballena palpitaron en mi vientre!. Así estuvimos algunas horas... Sensiblemente, como argumento onírico, guardo esos sonidos (casi palabras), porque no es algo que uno quisiera olvidar.
Las respuestas las tuve: “Pensé que estaba mal ubicado...estorbaba en la pasada....o sencillamente: quería ayudar...”. Pero no llegó la pregunta. Ahora entiendo que no debí hacerlo, ahora que la nieve del tiempo ha caído con todo sobre mis deseos y su sapiencia. Ahora que aprendí que hay respuestas que jamás tendrán preguntas –como el “Sí” guardado y ensayado, para un “¿quieres casarte conmigo?” Que nunca llegó. O, también podría concluir “...eso pude, eso valgo”. Cuánta basura se traga el olvido y con ello el impreciso de: ¡Lo que pudo ser!
Odié el sofá y odié al hombre. Ja, je je, ji ji, ahora es parte del jolgorio en los cuentos para los amigos, y no es chacota que hasta pensé en el suicidio y hoy me causa satisfactoria risa decirlo. Lo paso bien recordando mi odio a un artefacto cuya única gracia fue ser comprado –en un remate más encima- por un obsesionado que no pudo ver que los más firmes propósitos pueden fallar. Lo digo sólo porque lo vi triste en nuestra despedida y varias veces se apareció ante mí, como queriendo decir algo, como queriendo y no. Con los ojos inyectados en súplica pero con el pecho henchido de propósito -“A mi nadie me corre el sillón... hasta ahí no más llegamos...”- era su regla y sentencia. Nada dijo y con el tiempo desapareció. En fin, ya no importa, fui feliz y lo seguí siendo en playas, camas, alfombras, ríos, mesas y otros lechos donde mi cuerpo negoció con el sol, con el viento, y con la nieve. La lluvia que siguió entrando, bajando y subiendo por muslos, pecho, cuello y por toda la piel a punto caramelo pariendo el idioma del amor, fue la única fiel a todos los eventos. No más sofás, eso si, lo juré solemnemente después de mi primer encuentro.